Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de Su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la Sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar a voces: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?, ¿has venido a acabar con nosotros?. Sé quien eres: El Santo de Dios”. Jesús le intimó: “¡Cierra la boca y sal!”. El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: “¿Qué tiene Su palabra?, da órdenes de autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen”. Noticias de Él iban llegando a todos los lugares de la comarca.
(Lucas 4, 31-37)
© Todos los derechos reservados. Orden del Temple, 2.009
(Lucas 4, 31-37)
Meditación
Señor, mientras tus paisanos de Nazaret querían despeñarte, los de Cafarnaún estaban encantados con tu doctrina, avalada por tus milagros. No solo sé que eres el Santo de Dios, lo que me llena de alegría, también sé lo que quieres de mi: Que escuche o lea Tu Palabra y la haga vida en mi con Tu Espíritu.
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