Ramón Llull, nació en Palma de Mallorca en 1.235, y sobre su muerte existen dos teorías: una dice que aconteció en su ciudad natal y la otra que murió apedreado en Túnez en 1.316.

Dejemos esto en un interrogante sin darle mayor importancia, como tampoco debemos darlas a las múltiples interpretaciones de su personalidad y biografía, realizadas por los intelectuales de turno, muchos de los cuales, no han querido ver en él más que a un visionario caprichoso, incomodados al tropezarse con su extraordinaria personalidad, y tener que recurrir a él no ya tan sólo por su gran número de obras escritas, de las más antiguas que se conocen en lengua catalana, sino por su influencia en el pensamiento tanto de la época como posterior, pensamiento que fue apagado y desprestigiado, a la par que la ciencia hermética, con la llegada de la Inquisición y el distanciamiento entre religión y ciencia, quedándose esta última en una mera descripción racionalista y empírica de las formas, según puede apreciarlas los sentidos externos del ser humano.

Ramón Llull, si bien era hijo de una rica familia, lo que le permitió llevar una vida disipada en su juventud, no desaprovechó esta circunstancia y dedicó su tiempo al estudio del Conocimiento. Llevado por su amor a la Sabiduría, llegó a desprenderse de sus bienes materiales a favor de su esposa y tomar el hábito franciscano.

Dice Dom Pernety de este beato en su diccionario Mito-Hermético: “Ramón Llull, fue uno de los filósofos herméticos más sabios y sutiles, cuya lectura es una de las más recomendadas, siendo quién más claramente ha hablado sobre los principios de las cosas y quién más ha penetrado en los secretos de la Naturaleza”.

El también filósofo D´Espagnet, alaba de forma particular su antiguo Testamento, su Codicilo y su Práctica. Zacarías añade a esta lista l la carta dirigida por este autor al rey Norberto de Inglaterra y dice que su lectura le hizo reconocer su error. Ramón Llull, habla poco del agua tan deseada por los filósofos, pero es muy significativo lo que dice al respecto. En cuanto al procedimiento, nadie ha escrito más claro que él.

(continuará)

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