“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”.
Esto significa que para llegar al avance espiritual, hay que comprender las injusticias que el mundo sufre. No basta comprender las injusticias de las que nosotros somos objeto, sino también aquellas que los otros sufren.
Cuando somos testigos de un acto injusto, debemos gritarlo a plenos pulmones. Si no podemos gritarlo, debemos decirlo y escribirlo. Si no podemos escribirlo, debemos murmurarlo a los otros. Y cuando no podemos susurrarlo (cosa muy importante), debemos decírnoslo a nosotros mismos.
Es importante despertar en nosotros el sentido de la justicia. Hay que tomar, interiormente, conciencia de la realidad. Si nos hacemos conscientes, seremos saciados. Por tanto, “Tener hambre y sed de justicia”, es estar bien situados en la realidad.
El cinco es el número con el que abandonaremos la materialidad. Es un puente. Hasta ahí no hablábamos más que de nosotros: Ser manso es una cualidad personal, llorar es una acción personal y tener hambre y sed de justicia es también una acción que no compromete sino a nosotros. En el cinco ya no podemos ser personales ni quedarnos en lo material: Hay que pasar a un mundo espiritual. Le corresponde la siguiente Bienaventuranza:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”
La misericordia es el perdón del otro. Y resulta muy importante porque cuando perdonamos al otro, nos perdonamos a nosotros mismos. Mientras no perdonemos a nuestros padres, no nos perdonaremos. Mientras que no perdonemos a nuestros enemigos ni a nuestro pasado, no nos perdonaremos. ¡Y qué duro es perdonarse!. ¡Algo extremadamente difícil!.
Para alcanzar la realización, hay que perdonar a todos los que nos han herido. ¿Qué es perdonar? Es comprender al otro, ponerse en su lugar.
No podemos tener misericordia si no hemos hecho este trabajo de varias etapas:
· Tener el corazón tal cual es, es decir vacío, limpio de desechos psíquicos.
· Ser mansos: Escuchar y adaptarse.
· Darse cuenta de nuestra insignificancia y ser un canal. Si lloro, soy consolado, tengo fe. Y si tengo fe, puedo transmitirla. En este caso, anhelo que el otro encuentre su perla. La encontrará un día, pero no seré yo quien habrá de dársela.
· Perdonar al otro y ponerse en su lugar.
Cuando queremos perdonar a alguien, debemos decirnos: “Si me metiera en la piel de esta persona, “¿qué sentiría?”. Si lo hacemos, veremos cuánto ha sufrido la persona que nos ha hecho sufrir. ¡Metámosno en la piel de nuestra madre, que tanto nos hizo sufrir! Si lo hizo es que no podía hacer otra cosa. Cuando hacemos sufrir a los otros, es porque traemos un inconmensurable dolor en nuestro interior.
Pongámonos en el lugar del otro y seamos misericordiosos. Seámoslo y se nos hará misericordia. Si no perdonamos al otro, no seremos perdonados. ¿Perdonados por quién?. ¡Por nosotros mismos, ante todo!. ¡Por nuestro inconsciente!
Tener misericordia por el otro es también volverse hacia el otro. Es dejar de juzgar, de criticar, de hablar mal del otro, de agredir.
Hay tantas personas que tienen lenguas comparables a navajas. Para todas estas personas la crítica es reina. Sin ella no pueden valorarse. Resulta evidente que reconocer el valor del prójimo implica disminuirse. Ahora bien, la misericordia consiste justamente en aceptar el valor del otro.
No es cuestión de piedad por el otro. Tener piedad por alguien que está en un nivel más bajo que el propio no es misericordia: Es un nuevo medio de valorarse y de sentirse superior.
Somos misericordiosos cuando no criticamos a quienes tienen algo que no tenemos. Perdonamos lo que son y que nosotros no somos. Tener misericordia es también tenerla para uno mismo. Es dejar de agredirse y criticarse. ¿De qué me sirve ser misericordioso con los otros si no lo soy conmigo?.
Los que son misericordiosos se aproximan ya al Cuadrado del Cielo porque están aceptando a la sociedad. Sin misericordia y sin perdón al otro, no podemos aceptar a la humanidad y tampoco ver la perfección del prójimo.