Este presenta la particularidad de dirigirse al “componente femenino” de la Divinidad; expresión que se ha de entender en el sentido más noble del término por así decirlo. Es preciso recordar, que el ser universal al que llamamos Divinidad no podría, ante todo con nuestras limitadas etiquetas humanas, “partirse en rodajas”; pero hay que admitirlo, como hecho experimental comprobado en la evolución histórica de la religión judeo-cristiana (entre otras), que Dios, Principio Único de lo manifestado y no manifestado, se presenta a nosotros bajo diferentes máscaras (en latín, persona es máscara de teatro), y por tanto diferentes personalidades: Yahvé, Jesús el Cristo, etc. Y aquí nos dirigimos a la componente femenina, anterior a toda generación:
Yo, la Sabiduría, habito con el discernimiento. El Eterno me tenía cerca de Él cuando comenzó Su obra, antes incluso que Sus creaciones más antiguas. Desde la eternidad fui fundada; desde el principio, desde el origen de la Tierra, Yo fui engendrada cuando aún allí no había abismos ni fuentes abundantes. Yo había nacido antes que se asentasen los montes, antes que las colinas. Antes que el Eterno hubiera hecho la tierra y los campos, y el comienzo del polvo del mundo. Cuando asentaba los cielos, Yo estaba allí; cuando trazaba un círculo sobre el abismo; cuando consolidaba las nubes en lo alto; cuando manaban los manantiales del abismo; cuando Sus órdenes imponían un límite al mar, que las aguas nunca franquearán.
Cuando disponía los fundamentos de la Tierra, ya estaba cerca de Él Su obrera, Yo era Su delicia, todos los días y sin cesar, me regocijaba en Su Presencia. Yo me regocijaba sobre la Tierra, Su creación y mis delicias están con los hijos de los hombres.
Ahora pues, hijos míos, escuchadme. ¡Dichosos los que siguen mis caminos!. Escuchad la instrucción para haceros sabios y nunca la despreciéis. Dichoso el hombre que me escucha, que vela mi puerta cada día, ¡y el que guarda el umbral de mi casa!, porque el que me halla, ha encontrado la Vida y obtiene el favor del Eterno. Pero el que me ofende daña su alma, todos los que me odian aman la muerte.
La Sabiduría ha edificado sus casas, ha labrado sus siete columnas…., dice a los que carecen de juicio. “Venid, comed de mi pan y bebed del vino que he preparado”.
(continuará)
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