El impacto creado por las invasiones de los pueblos bárbaros, produce tanto en Roma como en toda la cultura Grecolatina un volver a los ancestrales destinos de Europa, ya que durante los últimos siglos, ésta se había impregnado de orientalismo y había desviado su tradición histórica, y desde entonces, se va abriendo un abismo que traerá repercusiones en el futuro de las naciones.

Este cambio hacia el Norte de los destinos europeos, se fortalezca más cuando la expansión del Islam, hace que el Mediterráneo se convierta en una amenaza. El Cristianismo, cobra un sentido de occidentalidad, al crear unas normas sociales y morales que se hallan más compenetradas con los ideales de Occidente y menos con el pensamiento oriental, aunque proceda de Palestina.

Para los cristianos, aquellas tierras son más suyas espiritualmente que de Oriente y soportan con estoicismo que otros pueblos no cristianos las dominen. Tas muchos intentos de peregrinaciones a estos Santos Lugares, a la sociedad de la época le entra en deseo de apoderarse de ellos, a tal extremo, que los Cruzados no dicen que van a “reconquistar” sino a “rescatar” dichas tierras. Este, es un gran problema que llena de actividad ideológica toda la Edad Media, pero ante las dificultades de peregrinar a Tierra Santa, el cristiano siempre le queda la opción de hacerlo a Santiago de Compostela y Roma. Son éstas místicas rutas de largo recorrido, que se tardan meses o años en poder realizar, aunque solían utilizar rutas comerciales ya más preparadas para el peregrino.

Casi nunca iba el peregrino en forma solitaria sino en grupos, para darse mutua protección durante las penalidades y peligros de los caminos, y ahí se mezclaban todas las clases sociales, ya fueran a pie o a caballo, ayudando los más ricos a los pobres como haciendo un merecimiento añadido a la peregrinación. Aquí parece desaparecer ese dualismo característico medieval, entre la vida terrena y la sobrenatural, esa especie de separación del cuerpo y el alma que es una constante en la vida de la Edad Media. Allí, la omnipotencia del guerrero y el poder de la nobleza, se hacen relativos y se condicionan a la salvación del alma, lo que les lleva a buscar con angustia una expiación a sus delitos, en esas peregrinaciones que transformarían la soberbia en un alarde de humildad.

La gran autoridad de los señores feudales, solamente tiene por encima a las jerarquías de la Iglesia, que tienen en su mano el poder excomulgarlos, con lo que les bajan la cabeza a los más soberbios y poderosos. Así, desde el siglo VII, empiezan a surgir peregrinaciones con esperanzas de curación, otras de tipo penal que algunos obispos imponen a grandes señores como expiación de sus culpas, etc. Había como una gradación en relación a los delitos o abusos cometidos, y en base a ellos, la peregrinación que se imponía era más o menos larga y penosa, lo que les llevaba en ocasiones a estar hasta tres o cuatro años de un lado para otro. Como comprobante, el peregrino traía sus certificados del recorrido y podía rehacer su vida material después de haberse librado de la “condenación eterna” si se presentaba humildemente ante la autoridad eclesiástica.
(continuará)

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