Los grandes instructores – según se alega por los indos, por los budistas y los teósofos – constituyen una perenne Fraternidad de hombres que se han elevado por encima de la humanidad, que aparecen en ciertas épocas para iluminar el mundo y que son los custodios espirituales de la raza humana. Esta opinión puede resumirse en la frase: “Las religiones son ramas de un tronco común:La Sabiduría Divina”.

Esta Sabiduría Divina es llamada la Sabiduría, la Gnosis, la Teosofía, y algunos hombres, en diferentes épocas del mundo, han querido determinar de tal modo su creencia en esta unidad de las religiones, que han preferido el nombre ecléctico de teósofos a cualquiera otra designación más estrecha.

El valor relativo de estas dos opuestas escuelas debe juzgarse por la fuerza de las pruebas que cada una aduce. La apariencia de la forma degenerada de una noble idea puede asemejarse mucho a del producto refinado de una idea grosera, y el único método para decidir entre la degeneración y la evolución, sería el examen, a ser posible, de antecesores remotos intermedios.

Las pruebas que presentan los creyentes en la Sabiduría, son de esta clase: Que los fundadores de las religiones, juzgados por los anales de sus enseñanzas, estaban muy por encima del nivel de la humanidad ordinaria; que las Escrituras de las religiones contienen preceptos morales, ideales sublimes, aspiraciones poéticas, declaraciones filosóficas profundas, a las que ni tan siquiera pueden compararse en hermosura y elevación los escritos posteriores de las mismas religiones; esto es, que lo antiguo es más elevado que lo nuevo, en vez de ser lo contrario; que no puede mostrarse caso alguno del proceso refinador y progresivo, que se dice es el origen de las religiones actuales, al paso que pueden exhibirse muchos ejemplos de degeneración de enseñanzas puras; que aun entre los salvajes, si sus religiones se estudiasen con cuidado, se encontrarían muchas huellas de ideas elevadas, ideas que desde luego se vería que están por encima de la capacidad productora de los salvajes mismos.

Esta idea ha sido desarrollada por M. Andrew Lang en su libro The Making of Religión. Señala la existencia de una tradición común, la cual, dice, no ha podido ser evolucionada por los salvajes mismos, por ser hombres cuyas creencias ordinarias son de las más rudas y cuyas mentes están poco desarrolladas.

Las deidades que adoran son, en su mayor parte, verdaderos demonios; pero detrás de esto, más allá de todo esto, existe una Presencia nebulosa; pero superior, pocas veces o nunca nombrada, pero que se vislumbra como origen de todo, como poder, amor y bondad, demasiado amante para causar terror, demasiado buena para necesitar súplicas.

Es evidente que semejantes ideas no pueden haber sido concebidas por los salvajes entre los cuales se encuentran, y son testigos elocuentes de las revelaciones de algún gran instructor, de quién generalmente puede también descubrirse alguna tradición confusa que fue un Hijo de la Sabiduría y que comunicó algunas de las enseñanzas en una época remotísima.

La razón y verdaderamente, la justificación del punto de vista de los mitólogos comparativos, es patente. Encuentran en todas direcciones formas inferiores de creencias religiosas existentes en tribus salvajes, formas que se ven acompañadas de la falta general de civilización.


Considerando al hombre civilizado como evolucionado respecto del salvaje. ¿qué cosa más natural que atribuir la religión civilizada a una evolución de la no civilizada? Esta es la primera idea evidente.

Sólo un estudio ulterior más profundo puede demostrar que los salvajes de hoy no son el tipo de nuestros antecesores, sino la descendencia degenerada de grandes troncos civilizados de antaño, y que el hombre en su infancia no fue abandonado para que creciera sin educación, sino que fue criado y enseñado por sus hermanos mayores, que fueron sus primeros guías, así en lo que se refiere a la religión, como a la civilización en general.

Esta opinión se halla sustanciada por hechos como los que Lang aduce, dando margen a la cuestión: ¿ Quiénes eran esos hermanos mayores de quienes habla la tradición en todas partes? Avanzando más en nuestra investigación, tropezamos luego con esta otra pregunta:

¿A qué gentes se dieron las religiones? Y aquí nos encontramos desde luego con la dificultad con que ha tenido que tropezar todo fundador de una religión, dificultad que se refiere al objeto primario de la religión misma, el apresuramiento de la evolución humana, con su corolario de que todos los grados de la humanidad en evolución debían tenerse en cuenta por él.

(continuará)

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