Una lucha moral y un triunfo como los que se representan en la vida de Jesús, deben tener lugar dentro de la mente de un ego evolucionante. La mente, que funciona en asociación con el cerebro, puede representarse por el cráneo. Y puesto que la odisea espiritual que hemos estado siguiendo es un proceso evolutivo universal y no la experiencia de un individuo en particular, se usa el articulo indefinido en esta frase: “ El lugar de un cráneo”.

Es particularmente interesante recordar que Kingsborough menciona en su libro Antigüedades de México, el empleo de la misma idea, exactamente en Yucatán. Dice: “Los cráneos en la parte alta significan la crucifixión de Quetzacoalt en Tzonpatli, nombre éste que corresponde exactamente a la palabra Hebrea Gólgotha”.

Se introduce aquí otro incidente que tiene significación alegórica. Los discípulos no toman parte alguna en todos los momentos realmente cruciales de la carrera de Jesús. “En el Jardin de Gethsemaní , mientras el Maestro lucha con Su Espíritu, todos los discípulos se entregan a dormir, dos veces. Tampoco están presentes para el juicio ante Pilatos, ni intentan salvar de la crucifixión a su Maestro.

Y ahora, ni uno solo de todos los doce está a mano para ayudar en los últimos tristes ritos, Se le deja esta responsabilidad a un rico de Arimatea que antes no había figurado. Quizás alegóricamente, el papel de este tercer José, es similar al de los otros dos mencionados antes, o sea que éste también simboliza la mente del hombre.

Fracasa en su buena intención de guardar seguro a Jesús en la tumba, porque ya esta casi terminada la tarea de las facultades mentales en el desenvolvimiento espiritual. Apelar a esas facultades no puede enseñarle ya aquellas cosas que sólo pueden conocerse por experiencia o realización directa.

Nuestra mente, nuestra razón, nuestro sentido común, no puede experimentar la visión de la realidad. Por la fuerza de la costumbre, la mente no confía en la visión intuitiva del Espíritu Crístico. La mente quiere retenernos lo más que le sea posible. Y así sucede en este drama, José toma el cuerpo de Jesús y lo entierra en la sepultura roquera.

Alegóricamente, la roca o piedra es el símbolo de la ignorancia. Doncellas encadenadas a rocas esperan ser libertadas por el héroe en las leyendas. Tales alegorías descubren simplemente al Yo superior encadenado por los deseos, a la roca de la materialidad, de la cual los libertará la voluntad dirigida por el Espíritu.

José de Arimatea, la mente, ha excavado y removido una considerable porción de esta roca de la ignorancia. Pero en la sepultura que así ha preparado, y que representa la mente intelectual cultivada, José trata de guardar aquello que pertenece al Espíritu. Lo cual es imposible, y por tanto esta intención de José resalta ineficaz, y no vuelve a oírse hablar de él en el relato.

Esta interpretación del Evangelio como una alegoría que describe la Iniciación final y el triunfo como resultado de mucho esfuerzo espiritual y de resistir la tentación, concuerda con el carácter general de otros relatos antiguos tales como el mito de Hércules y otras grandes figuras legendarias.

Pero aunque los “doce discípulos” cuyo extraño comportamiento hemos visto, no sean sino representaciones simbólicas de ciertas cualidades de la personalidad, y no hombres verdaderos, no es necesario llegar a la conclusión de que Jesús no tuvo discípulos. Por el contrario, está dentro de la índole de toda clase de evangelismos que siempre se obtengan por lo menos algunos conversos leales.

Y esto es doblemente cierto, en el caso de un personaje tan importante como debió ser Jesús. Algunos de los nuevos conversos fallaron en momentos críticos, sin duda, pero otros permanecieron fieles hasta la muerte.

Más todos los que escribieron los Evangelios Cristianos, sean quienes hayan sido, es indudable que tuvieron la intención de describir en el idioma de su época la evolución espiritual de todo hombre, desde un estado de crudo egoísmo, hasta el bello equilibrio y poder de aquel que se ha unificado con su Padre.

(continuará)

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