San Juan de la Peña
Este lugar, es el de más altura de Iniciación del Camino: Cobijado en una de las hoquedades de la sierra, el monasterio se levanta protegido totalmente por la roca que gravita sobre él. Las cabeceras de sus iglesias, penetran en la misma roca, de tal manera que la bóveda que cubre el triple ábside de la románica superior, es de granito rocoso. De este contacto físico con la tierra es de dónde debió extraer San Juan de la Peña su tesoro Iniciático.
En los orígenes del Monasterio, se dan las circunstancias habituales del anacoreta, y a la sombra de sus restos, unos cuantos eremitas terminan formando una comunidad.
                               
Sancho Ramírez, hace donación del Monasterio a la Orden de Cluny y es desde este momento, que pasa a llamarse San Juan de la Peña, que llega así en los siglos XI  y XII a su máximo esplendor. Sobre las primitivas piedras muzárabes, el abad Sancho de Arizana y sus sucesores, levantan su mundo románico: Iglesia, claustro y sepulcros. La iglesia románica, construida en parte sobre la muzárabe, tiene un magnífico triple ábside que encuentra su fuerza en la roca, en vez de el Sol. Sus arcos ladeados, sus piedras húmedas y desconchadas, le confieren un aspecto de autenticidad total de pervivencia en el claustro materno, húmedo y oscuro. Los ritos aquí, necesariamente, tenían que potenciarse al máximo.
Para llegar a la iglesia, hay que pasar por el Panteón de Nobles, doble serie de sepulturas empotradas en el muro. Estos enterramientos, ofrecen el mayor cúmulo de Crismones conocido y alternan con ellos, diversas cruces y círculos, en los que la idea del Monasterio es evidente  y en los que se inscriben animales rampantes. La idea de muerte y resurrección, inspirada por los Crismones, leones y frecuentes alusiones al número 8, es la constante en estos cenotafios.
                                                     
      En el lado opuesto de la iglesia, se abre el más maravilloso claustro que pueda imaginarse. Si éstos se pensaron para proteger de las inclemencias del tiempo el paseo de los monjes para meditar, desentumecer los músculos y conseguir un movimiento circular, esbozo del ritmo sagrado, el claustro de San Juan de la Peña aparece invertido, pues la roca lo cubre casi por completo, asomándose al exterior uno de sus lados. El peregrino que lo visita, asiste al lugar como si ya lo conociera, sin saber que posos místicos levanta ante él. Antes de comenzar a estudiarlo, se debe recorrer y pasear, para habituarse a lo singular de su entorno.
Por lo que conocemos, en el claustro trabajaron dos o tres maestros escultores, siendo el más conocido el llamado maestro de San Juan de la Peña. A él se deben la mayor parte de los Capiteles expuestos, distinguibles por su estilo muy personal: Ropas pegadas al cuerpo, amplios pliegues concéntricos y enormes ojos, siempre realizados en blanda piedra rojiza. Los Capiteles se distribuyen en dos series: La del Génesis y la que narra la vida de Jesús y hay quien apunta la idea, de que estos capiteles admiten una lectura alquímica y lo vemos en el Capitel que representa el castillo de Herodes, que simboliza un atanor en cuyo interior están esculpidos los dos principios. La muerte de la materia y su putrefacción para renacer nuevamente, estarían reflejados en ese Adán y Eva, en el crimen de Caín, de gran impacto visual, que simbólicamente nos está revelando la muerte del Iniciado para nacer a una nueva vida en el Conocimiento; la matanza de los inocentes….. Esta interpretación alquímica, necesitaría un estudio profundo y sobre todo, conocer la disposición original de los Capiteles, porque han sido removidos en distintas ocasiones. El recorrido por los Capiteles del maestro, nos introduce en un mundo mágico de expresiones y gestos serenos, miradas búdicas, refiriéndose a esos grandes ojos abiertos, que nos observan desde el absoluto; de composiciones libres, carentes de atosigamiento, de mensajes nunca asumidos plenamente, de ingenuidad mística y anécdotas trascendentes.
(continuará)
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