Con la conjunción reseñada en el texto anterior, no puede sorprender, ya que si la tradición imperial se refería históricamente a la herencia romana y teológicamente a la persona de Cristo Rey, estaba profundamente enraizada en un fondo tradicional universal, particularmente invariable en este punto y más especialmente, en el fondo de origen abrahámico en cuya fuente se vuelve a encontrar al Sacerdote Rey Melkisedec.

Volviendo pues al Águila imperial la cual ha motivado esta disgresión, nos referimos a los Cantos XVIII, XIX y XX de la Divina Comedia, Paraíso, en que una multitud de cuerpos fulgurantes revolotean simétricamente haciendo determinadas figuras y forman cantando, ora moviéndose, ora parándose, distintas letras de nuestro alfabeto. Finalmente, se puede leer en letras de oro sobre fondo de plata, las cinco primeras palabras del Libro de la Sabiduría:

“DILIGITE JUSTITIAM QUI JUDICATIS TERRAM”. (Amad la justicia, vosotros que jusgáis la Tierra).

No es de extrañar la fascinación de Dante cuando, guiado siempre por la dulce Beatriz, descubre la luminosidad, el fulgor, el brillo extraordinario de estos cuerpos translúcidos. Son los Sabios o Justos, los cuales ocupan tan alto lugar porque amaron la Justicia. Así nos lo aseguran las Escrituras: “Los que son sabios, brillarán como esplendor del firmamento y como estrellas por toda la eternidad, aquellos que habrán justificado a muchos”. (Daniel XIII, 3).

Pero el poeta llega al colmo de su estupor, cuando ve que los cuerpos refulgentes de los Justos, forman aglutinados un solo cuerpo, el del Águila imperial. Y ya no sabe como expresar su asombro, cuando nota que por el pico del Águila, formada por esta multitud de cuerpos luminosos, salen unas palabras aparentemente contradictorias, pues en lugar de decir “nosotros” y “nuestro”, dicen “yo” y “mío”, y para ilustrar mejor lo que acaba de relatar, el poeta nos dice: “Así como un solo calor nace de muchas brasas, así en aquella imagen, muchos amores hablaban con una sola voz”.

(Paraíso XIX, 21).

El siguiente versículo del libro de L. Cattiaux, nos habla de lo mismo: “En aquel día, seremos varios en un mismo cuerpo y en un mismo espíritu, y el misterio de la comunión en el seno del Único, será revelado a los creyentes…”.

(El mensaje reencontrado, XVIII, 1).

Si tenemos, pues, en cuenta de que los cuerpos gloriosos de los Sabios se restituyen integralmente al Único, formando un todo con Él, no nos parece tan inverosímil el hecho de que el Águila hable en primera persona singular, puesto que estos Sabios han logrado esta unión total, y el Dante lo asegura en los versos 31 al 36 del canto XX, Paraíso, por boca del Águila:
“La parte que en mi ve y que desafía al Sol en las águilas mortales, debes mirar ahora fijamente, porque de los fuegos que forman mi figura, los que hacen destellar los ojos en mi cabeza, son los que ocupan el más alto grado de todos”.

(continuará)

Orden del Temple+++