XVII. Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.

En este pasaje, Jesús enuncia la Verdad primordial de la paternidad de Dios. Sobre esta piedra angular, se levanta el edificio de la religión verdadera. Ese Dios despótico, cruel, implacable en su vía, ha sido mantenido por muchísimos cristianos ortodoxos, así como muchas iglesias. Aquí Jesús afirma, que la relación que existe entre Dios y el hombre, es la de un Padre con Su Hijo, lleno de Amor, y por tanto, el hombre ha de ser de esencia Divina y susceptible de infinito crecimiento y progreso en el camino hacia la Divinidad.

Ese es nuestro destino. Así dijo Jesús; “Dioses sois y cosas más grandes haréis”, y no se puede quebrantar la Escritura. Por tanto, somos liberados de la cadena que nos ata a un destino limitado, somos Hijos de Dios y por ello coherederos con Jesucristo de Sus bienes y un día ganaremos nuestra herencia. Lo más perjudicial de la vida, es la lentitud del hombre y su desgana para percibir su propio dominio sobre todas las cosas, pero como niños asustados, rehusamos asumirlo, aunque esto es nuestra única salida. ¿Y tiene aquí sentido la resignación tantas veces predicada?. Pues esto no es una virtud, sino un pecado, porque es una mezcla de cobardía y de pereza. No tenemos derecho a aceptar con resignación la desarmonía, la pobreza, la infelicidad. Al contrario, tenemos derecho a la libertad, la armonía y el gozo, porque así glorificamos a Dios. Esa paternidad, resulta por igual para todos los hombres y por tanto al hacer un daño a alguien, lo hacemos a nosotros mismos y ayudarlo es ayudarnos.

(continuará)

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