Bien, ya hemos dado un somero repaso a los elementos de defensa pasiva de que disponían los castillos para repeler ataques. Pero, obviamente, su guarnición también disponía de armas bastante eficaces para el mismo fin, tanto individuales como ingenios capaces de hacer bastante daño a los agresores.

Obviaremos armas como la espada, la maza, etc. por ser éstas utilizadas en cualquier circunstancia, por lo que nos centraremos en el armamento usado específicamente para estos menesteres. Comenzaremos por el arma más polémica de su época: La ballesta.
Anatematizada por la Iglesia, dotada de una potencia abrumadora y extremadamente precisa, parece ser que su origen era árabe, que quizás la trajeron de la India. Sus efectos eran tan demoledores que el Papa prohibió terminantemente, bajo pena de caer en entredicho, su uso contra cristianos. Obviamente, en éste caso, a los cristianos les dieron una soberana higa las anatemas papales, y no se privaron de usarla cuantas veces fue necesario tanto contra musulmanes como contra cristianos.
La ballesta era un arma muy adecuada para ser usada por tropas protegidas tras el parapeto de un castillo, ya que la lentitud de su carga hacía muy vulnerables a los ballesteros en campo abierto. Con todo, fueron usadas en batallas campales, si bien su eficacia quedó en entredicho ante unidades de arqueros que, bien entrenados, podían poner 6 flechas en el aire. O sea, que disparaban la sexta flecha antes de que la primera llegase a su destino. Para protegerse durante la carga, los ballesteros recurrían a paveses, unos enormes escudos que clavaban en el suelo para poder recargar sin quedar expuestos ante el enemigo. Pero, como se demostró en batallas como la de Azincourt, en la que el rey francés recurrió a ballesteros genoveses, el arco era un arma muchísimo más efectiva en campo abierto que la ballesta.
Pero en manos de un ballestero a cubierto defendiendo una fortaleza, la cosa cambiaba. Podía tomarse todo el tiempo necesario para, protegido tras un merlón, recargar su arma, apuntar cuidadosamente y dejar en el sitio a cualquiera que se moviese a menos de 100 metros de la muralla. Y si el ballestero era un tirador notable, esa distancia podía alargarse incluso más.
Según su forma de cargarla, poríamos dividirlas en tres grupos distintos, a saber:

La más potente de todas era la ballesta de torno. Alcanzaban hasta la escaloriante cifra de 400 libras de potencia ( unos 181 kilos ). Eso sí, su carga era lentísima. Se llevaba a cabo con un armatoste o torno que, como se ve en la imagen inferior, iba dotado de dos manubrios y unas cuerdas provistas de dos ganchos con los que se tiraba de la cuerda, fabricada con tendones por lo general. El estribo situado en el extremo era simplemente para sujetarla. A cambio, podían atravesar a grandes distancias a un caballero cubierto con una cota de malla o incluso un peto.

Menos potente, aunque no por ello menos eficaz en manos de un ballestero avezado, estaba la ballesta de gafa. Su sistema de carga era, o bien el que vemos en la imagen, un mecanismo de cremallera llamado cranequin, o un sistema de palanca articulada que aquí se denominaba pata de cabra. La que mostramos en la imagen es una ballesta de caza, decorada con incrustaciones de marfil. En todo caso, las destinadas a fines militares eran iguales, salvo que, lógicamente, carecían de decoración.


Finalmente, mostramos el modelo más básico y, por ello, dotado de menor potencia. Era la ballesta de estribo, que el ballestero cargaba sujetándola con el pie contra el suelo y tensando la pala a mano. Eso sí, compensaba su menor potencia con una mayor cadencia de disparo.



El proyectil que disparaba era el virote o saeta, un dardo de unos 30 cm. de longitud dotado de estabilizadores de madera, ya que las plumas usadas en las flechas de los arcos se deshacían por la excesiva potencia de estas armas. La punta tenía forma de pirámide triangular o cuadrángular. Se los conocía como cuadrillos de ballesta. Esta forma era la más adecuada para atravesar cotas de malla o petos por su enorme poder de penetración. Está de más decir que estos cuadrillos se fabricaban con hierro. El bronce era demasiado blando para un arma así que, además, estaba destinada a atravesar las cotas de armas del enemigo.

En la imagen superior pueden verse algunos de ellos. Con el escalado inferior se puede calcular su tamaño. Además, la ballesta tenía una ventaja notable. Y es que, en caso de agotarse los virotes, podía disparar bodoques. Los bodoques eran bolas de barro cocido que alcanzaban una dureza notable. Contra un caballero o un hombre de armas con la cabeza cubierta por un yelmo no eran especialmente efectivos, pero contra un peón que portaba un capacete o un capiello, que dejaban cara y cuello al descubierto, podían ser demoledores.

Sólo la aparición de las armas de fuego fue relegando poco a poco a la ballesta al olvido. Con todo, aún hoy día son usadas tanto para cazar como por unidades especiales de los distintos ejércitos, que necesitan un arma precisa y potente para ciertos tipos de operaciones que requieren la eliminación silenciosa del enemigo.

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