El castillo de Almourol fue conquistado a los musulmanes por don Alfonso Henríques, el primer rey portugués, en 1129. Los moros lo llamaban al-morolan, que significa piedra alta. Lo dio en tenencia a la Orden del Temple a fin de guarnecer la zona comprendida entre los ríos Mondego y Tajo, que aseguraban la defensa de la entonces capital del reino, Coimbra.

El castillo se yergue en una isla del Tajo, un promontorio granítico rodeado de agua que le da al edificio un aire singular y distinto. No es una fortaleza de gran tamaño, pero su aspecto intimida. Es el centinela del río.

Don Alfonso lo mandó reedificar, quedando incluido en la entonces llamada Línea del Tajo, un sistema defensivo a lo largo del río que, tanto en Portugal como en Castilla, defendía las fronteras contra las algaradas de los almohades. Las obras fueron concluidas en 1171.

Por su situación estratégica, la Orden establecio en Almourol una encomienda que controlaba desde allí el comercio del reino con Lisboa, aún en manos musulmanas.


En la imagen superior puede verse su imponente aspecto. La torre del homenaje, ubicada en el centro del recinto, domina el río en ambas direcciones, así como la orilla sur, de donde podían provenir los ataques de la morisma. Las murallas la defendían nueve torres de planta semicircular, y están dotadas de un parapeto en el que se abren aspilleras con derrame hacia abajo para facilitar el tiro.


En esa otra imagen podemos ver el acceso al recinto. Como se ve, es una puerta de medio punto labrada con sillería de granito. Está defendida por dos cubos, lo que dificultaría enormemente al enemigo siquiera acercarse a ella. Sobre la pueta se ve una lápida donde hace mención, entre otras cosas, a la fecha de su conclusión.

Esa es la perspectiva que ofrece el río desde la muralla. En el pequeño patio de armas pueden verse los restos de dependencias como cisternas y almacenes. La fábrica del edificio es toda de mampuesto, con sillares esquineros burdos en la torre del homenaje, cuyo acceso se encuentra a unos 4 metros sobre el nivel del suelo, práctica habitual en la época para dificultar a posibles asaltantes la entrada a la misma ya que, en caso de ser invadidos, la torre del homenaje se convertía en el último reducto de defensa. Para ello, solían disponer de un aljibe excavado en el subsuelo, así como sobrados donde almacenar provisiones.
Merece la pena aprovechar alguna escapada para conocer Almourol. Por 1,50 € te das un breve paseo por el Tajo en una barca y puedes zambullirte en un trozo de historia. Desde su altiva torre, verás el mismo paisaje que contempló el maestre de la Orden en tiempos de don Alfonso Henríques, Gualdim Pais, el que construyó el monasterio de Cristo, en Tomar.