Autora: Soror J.G.++
MANSO Y HUMILDE DE CORAZON
Que en el trato con los hermanos seamos prontos a debilidades, enfados, impaciencias, palabras hirientes o gestos irreflexivos es quizá un hecho que hemos aceptado con excesiva facilidad, como consecuencia inevitable de nuestra condición humana, de nuestro temperamento y de nuestros hábitos anteriores. Jesús exige de nosotros en esto una reacción; sin embargo, nosotros decidimos tranquilamente ser “como todo el mundo” en el terreno de las relaciones humanas, en el que somos mas sensibles a la influencia del medio ambiente. Olvidamos en este punto, mas fácilmente que en otros, las exigencias tan fuertes qué , con todo derecho , tiene Jesús con los que ha llamado a ser testigos de su amor. Hemos de renunciar a cuanto hiere el amor y hace sufrir al hermano, a toda actitud de arrogancia y de orgullo más o menos consciente, a la resistencia a reconocer nuestra pequeñez y a ser mansos y humildes de corazón. No nos tenemos que extrañar si faltamos a la mansedumbre, a la amabilidad, a la humildad, porque todo esto se nos escapa a pesar nuestro, y durante mucho tiempo nos pasara lo mismo. Pero lo que Jesús tiene derecho a esperar de nosotros inmediatamente es que tomemos en serio la exigencia de sencillez y de humilde mansedumbre que deben distinguir a nuestras relaciones con todos los hombres. No temáis ser exigentes unos con otros en este punto, y no dudéis en reprenderos mutuamente.
Pedid al Niño Jesús la gracia de pareceros a El, de ser “pequeño” como El, “manso y humilde de corazón” como El. Amaos mutuamente, con palabras y obras y no solo con deseos y sentimientos callados. Pero, sobre todo, no so desalentéis por tener siempre que volver a empezar. Dios no espera de nosotros sino esta paciencia animosa en el esfuerzo.
Seremos capaces de acoger a Dios en nosotros sin falsas ilusiones, en la medida de nuestro esfuerzo en acoger al hermano. Digo “esfuerzo” y no “exsito”, porque hay en nuestras relaciones con Dios y con los hombres: Dios no necesita de manifestación alguna exterior para leer nuestras disposiciones, mientras que los hermanos no pueden adivinar los sentimientos, aunque sinceros y nobles, que no hemos sabido expresar, por torpeza, timidez o distracción.
(continuará)
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