El deber del compromiso, se desdobla con respecto a las realidades a las que se consagra la persona, con un deber de fidelidad y lo vemos encarnado en primer lugar en un servicio permanente a la Verdad. Hace falta valor para luchar sin tregua en ese tibio terreno de la cultura de la mentira. Es necesario consentir, por poco agradable que sea y hasta peligroso a veces, en ser con frecuencia la nota discordante en el medio en que nos movemos.
El servicio a la Verdad de lo real, nos enfrenta con la necesidad de hacernos verdaderos a nosotros mismos, porque somos deudores en primer lugar, con la protoverdad que somos y que nos constituye. La dureza de este ejercicio nos da de bruces con la fragilidad de nuestra realidad personal. Esta lección debería hacernos más humildes para sabernos perseguidores de una Verdad que siempre se nos escapa y que nunca puede reducirse a certeza o a la resolución de un problema. El problema como la certeza, se sitúa en el reino de lo objetivable, lo tangible. La Verdad de la que hablamos pertenece al ámbito del misterio que nos sobrepasa, nos posee y se nos ofrece. A esa Verdad nos debemos como fértil descubrimiento de nuestras posibilidades.
Tanto concepto grandilocuente, no merece esfuerzo ni sacrificio alguno. Si, entre nuestra baja intensidad para el sufrimiento y la aportación ideológica de los grandes medios de comunicación, nace la ética indolora, una ética con minúsculas que ha cotizado a la baja en el mundo de los valores, creando una solidaridad barata que nace de la conmoción sentimental que dicta aquello que me hace sentirme bien. En esta cultura que exalta la mediocridad, nos vemos urgidos a reivindicar el deber que nace de la necesidad de elegir ofertas que nos conduzcan a una vida feliz, más allá de la frivolidad de cada momento.
El sentido del deber, no es atosigamiento a la persona, sino orientación hacia la realización de aquellas posibilidades que plenifican una existencia inquieta por una situación nunca resulta. Estamos siempre arañando una posibilidad que se proyecte en la felicidad y como ésta es aún indeterminada, cada ser humano se encuentra obligado a realizar aquellas posibilidades más favorables para ser feliz en una búsqueda siempre incierta. No es que estemos obligados a ser felices, sino que la felicidad acontece como posibilidad a la que nos hayamos constitutivamente ligados.
Nos encontramos ante un tipo de obligación que no se desarrolla ante el cumplimiento de normas o imperativos, sino que camina por la incertidumbre, auténtica tierra fértil para cultivar la creatividad e imaginación creadora. Así, somos servidores de una Verdad no dogmática o fijada de antemano, sino de una Verdad que se hace camino, alma, corazón y vida apasionada. El compromiso siempre es necesario y permanece siempre sin apoyo, porque no se nos ofrece al estilo de las cosas seguras y ciertas. En la medida en que soy espectador destacado o interesado, me rodeo de certidumbres ventajosas, más en la medida que me comprometo, me introduzco en la oscuridad y en la apuesta. Pero la oscuridad no es ceguera , sino tránsito por donde camina quien se encarna de veras en el fango de nuestro mundo.
(continuará)

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