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Monasterio De El Escorial (Primera Parte) (XVIII)
Publicaciones Orden del Temple - Santuarios y Monasterios
Escrito por María de Aquitania   
Domingo, 04 de Septiembre de 2011 00:00

Casita del Príncipe

Este pequeño edificio, se encuentra situado en lo más bajo del valle, formado por las estribaciones de la Sierra de Guadarrama, entre frondosas arboleda. Recibe su nombre por haber sido mandada construir por el entonces Príncipe de Asturias, heredero de la Corona, D. Carlos, luego llamado Carlos IV. En su tiempo el edificio se lamó también Casino del Príncipe, como casa de recreo que era y así mimo Casita de bajo. Para distinguirla de la que en la proximidad del Monasterio, poseía el Infante D. Gabriel, hermano del Príncipe, conocida como la Casita de Arriba.

Esta Casita fue decorada con toda clase de bellezas artísticas, pinturas de gran mérito, hermosos muebles y relojes así como valiosos objetos de adorno, con tapices y alfombras de la Real Fábrica madrileña de Santa Bárbara. Una nutrida colección de porcelanas inglesas de Weeddgwood.

A tan sencilla pero elegante apariencia externa, corresponde un precioso interior, formado por ua serie de habitaciones, la mayor parte de reducido tamaño, ricamente tapizadas con sedas brochadas o bordadas del estilo de la época. Conjunto muy notable, son las pinturas de las bóvedas, casi todas de estilo Pompeyano cuyos autores fueron Juan Duque, Jacinto Gómez Pastor, Manuel Pérez y Felipe Gómez. Los estucos fueron decorados por Ferroni en el comedor  y los hermanos Brilli. Los suelos son en general mármoles de color y jaspes, la escalera y alguna de las habitaciones del piso alto, pero los suelos más bellos son los que corresponden a las salas llamadas de “maderas finas”, con primorosos ensamblados y embutidos de maderas preciosas de diferentes colores, formando follajes y flores.

Por su belleza y riqueza, pronto fue admirada y famosa, más desgraciadamente, la invasión napoleónica dañó enormemente las residencias reales, perdiéndose muchos objetos valiosos. Fernando VII, durante su reinado, procuró que este palacete volviese a ser el lugar de recreo que su padre Carlos IV deseó, y nuevamente amuebló y decoró algunas de las salas, con el gusto de su tiempo, el estilo Imperio.

En la tasación hecha entonces por orden del rey, resultó que el edificio con sus bosques y tierras, más los objetos preciosos que contenía, ascendía a 150 millones de reales (unos 310.000 € de ahora). Durante el mandato de la Reina Gobernadora Doña María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII, se trasladaron a Madrid para su seguridad, y la mayoría de las pinturas fueron enviadas y colocadas en el Real Museo de Pinturas del Prado. En los reinados posteriores, no hubo nada especial hasta que en el de Alfonso XIII, en que se restauraron acertadamente sus techos. Después de la guerra civil española , estos monumentos, fueron cedidos al Patrimonio Nacional, recién creado, que actualmente se ocupa de su cuidado.

La visita comienza en la planta baja, el Vestíbulo, pasando a varias salas donde se exhiben importantes cuadros. El Comerdor, es la habitación de mayor tamaño y una de las más suntuosas. Los tapizados de muebles, paredes y cortinajes son de raso verde, la bóveda está decorada con estucos en blanco y oro de Ferroni, y los cuadros son casi todos de Lucas Jordán. Los muebles son de estilo Imperio y debe destacarse la gran mesa central de caoba y mosaicos sostenida por 16 columnas con  capiteles de bronce dorado. El reverso del tablero, puede admirarse gracias a una plataforma inferior de espejo que lo refleja. Una gran araña de 48 luces en bronce dorado y cristal tallado, completan la decoración.

Hay contigua al Comedor la Salita del Café, ovalada, que tiene cuatro hornacinas con esculturas de mármol blanco que imitan bustos de emperadores romanos. En el centro y sobre un velador, hay un templete de alabastro con un busto de Fernando VII.

Despacho

Silla de Felipe II

A unos dos kilómetros en línea recta del Monasterio, en la dehesa del Castañar, sal pie de los montes denominados Los Ermitaños, va alzándose el camino sobre la ladera, para terminar en una eminencia en la que se esparcen grandes peñas de las que tanto abundan en aquellos parajes. En lo alto de una de las mayores, se labraron varios asientos, que reciben el nombre de Silla de Felipe II, pues se supone que allí acudía el monarca para presenciar la construcción del Monasterio. Desde allí, hay espléndidas perspectivas y una grata temperatura en verano.

Con esta publicación, termina el recorrido de la parte monumental de este grandioso Monasterio. En próximas entregas, entraremos en los misterios del lugar, que seguro les resultarán de interés.

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