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La Pasión del Señor. De Jerusalén a Sevilla. Miércoles Santo
Publicaciones Orden del Temple - La Pasión del Señor
Escrito por María de Aquitania   
Miércoles, 20 de Abril de 2011 00:00

El abandono de sus discípulos

Todos los discípulos le abandonaron y huyeron despavoridos dejando solo a Jesús. Ante aquella chusma levantisca y amenazante, todos sus amigos se fueron en desbandada y sólo quedó el Maestro, sereno, inmutable ante los que le ataban las manos como si de un bandido se tratase.

No hay indicios de que el derecho judío haya sido violado en el Prendimiento de Jesús, debiéndose presumir que la intervención de soldados romanos, se realizó según las normas que regían las relaciones entre las autoridades de ocupación y las del pueblo sometido.

Un cierto joven le seguía envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo y trataron de apoderarse de él que dejando la sábana, huyó desnudo. ¿Quién era este joven que misteriosamente se pierde en la noche?. Seguramente Marcos, que entonces tendría unos 13-14 años, más tarde acompañante de Pedro.

¿Y la sábana?. La recogió Malco, el criado herido en la oreja, que la entregó a su amo, José de Arimatea, miembro del Sanedrín y que tres días más tarde la utilizó para amortajar a Jesús., de quien era seguidor en secreto y que también estaba esperando el Reino de Dios.

Nuestro Padre Jesús Cautivo en el abandono de sus discípulos, expresa en Su Divino rostro, la profunda soledad del hombre que es traicionado por todos y abandonado por sus discípulos,  en el momento en el que quiere identificarse con los pecadores. Todos en verdad, pusimos en Él nuestras manos y todos conseguimos la libertad, gracias a esas benditas manos atadas. Jesús Cautivo, proclama la Buena Nueva para los pobres.

Jesús ante Anás

El Evangelio de Juan, señala una grave falta de jurisdicción y es la participación de Anás en el proceso a Jesucristo. Anás era suegro de Caifás, que era Pontífice aquel año. Su importancia e influencia le llevaron a desempeñar la suprema dignidad sacerdotal, habiéndola ostentado varios de sus hijos. En el momento concreto del Proceso a Cristo, gozaba de tal dignidad su yerno José Caifás.

Por lo tanto, el interrogatorio de Anás fue ilegal, “ab initio”, porque en el momento en que ocurrieron los hechos, Anás no tenía jurisdicción criminal sobre Jesús. Anás había sido Sumo Sacerdote entre el 6 y el 15 d.C. Los cinco hijos de Anás, además de su yerno Caifás y su nieto Matías, fueron también Pontífices.

Anás y su familia se ocupaban del comercio de animales para el sacrificio, negocio del que obtenía grandes beneficios. Los Sumos Sacerdotes cesantes, como era el caso de Anás, conservaban su influencia además de los derechos y obligaciones  ligados al cargo. De hecho las únicas diferencias entre un Sumo Sacerdote en ejercicio y otro cesante, consistían en la obligación de pagar un novillo durante la fiesta de la Expiación  (Yom Kipur) y algún otro pago sin importancia.

Hanán, vertido al griego por Anás en el Nuevo Testamento, fue el único Sumo Sacerdote nombrado por Cristo, legado de Siria tras la destitución de Arquelao en el año 6 d.C.

Su Pontificado duró hasta el año 15, pero fue prolongado ya que  cinco de sus hijos y uno de sus nietos fueron Sumos Sacerdotes. Dado que Caifás, yerno de Anás, era el Sumo Sacerdote en ejercicio cuando Jesús fue prendido, es quien carga con la responsabilidad del acto. Sin embargo, no es extraño que lo condujeran ante Anás, pues continuaba ejerciendo un poder moral sobre el conjunto de la hierocracia. La comparecencia de Jesús tuvo lugar en casa de Anás, es decir, su residencia.

Al enviar a Jesús ante su suegro, Caifás quería por una parte manifestarle su respeto y por otra, que como era consciente de la sagacidad del antiguo Sumo Sacerdote, le daría un punto de partida para el posterior proceso en el Sanedrín. A media noche, Jesús fue llevado al palacio de Anás y conducido a una gran sala. En la parte opuesta estaba sentado Anás, rodeado de veintiocho consejeros. Su silla estaba sobre un tarima a la que se subía por unos escalones. Jesús. Rodeado de una parte de los sacerdotes que lo habían arrestado, fue arrastrado por los esbirros hasta el pie de los escalones. Anás, que lo esperaba con impaciencia , estaba lleno de odio hacia Jesús y sentía una gran alegría porque lo hubieran apresado.

Jesús permanecía de pie ante Anás, pálido, desfigurado y silencioso, con la cabeza baja. Los verdugos sostenían los cabos de las cuerdas con que tenía atadas las manos. Anás le preguntó: “¿No eres tú Jesús de Nazaret?, ¿dónde están tus discípulos y seguidores?, ¿dónde está Tu reino?, ¿es que quieres crear una nueva doctrina?, ¿quién te ha dado permiso para predicar?. Habla. ¿Cuál es Tu doctrina?....

Anás estaba resentido con Jesús desde el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo, en el que Jesucristo denunció la corrupción de aquellas transacciones a las que el ex Sumo Sacerdote, debía gran parte de su fortuna. Lo interrogó sobre sus discípulos y Su doctrina, ya que como Jesús no era un Rabbí oficial, no se había formado con ninguno de ellos ni en sus escuelas y a pesar de ello, hablaba con autoridad propia y una seguridad semejante a la de un profeta en contacto directo con Dios.

Jesús le respondió: “Yo, públicamente he hablado al mundo, siempre enseñé en las Sinagogas y en el Templo, a donde concurren todos los judíos; nada hablé en secreto. ¿Qué me preguntas?. Pregunta a los que me han oído qué es lo que Yo les he hablado. Ellos deben saber lo que les he dicho”.

El imputado contestaba según el Derecho de Gentes (Ius Gentium), ya que en todos los pueblos, incluido el hebreo, un acusado no daba testimonio de sí mismo. Sólo eran válidos los testimonios ajenos o fidedignos y por lo tanto, Jesús, en Su respuesta, remite al juez a tales testimonios. Jesús no había creado ninguna secta, y había predicado en lugares públicos a cuantos se le presentaban. La contestación de Jesús, provocó en Anás un gesto de despecho porque esperaba sin duda, que el inculpado diese motivo en su respuesta para una acusación oficial.

Anás había tratado de establecer, que Jesús era fundador de una escuela de enseñanza que era como una sociedad secreta, abierta únicamente para los Iniciados, más Cristo se apartaba serenamente del peligro ya que no había ningún secreto de parte de Él, por el contrario, era el templo quien se había comportado de una manera subrepticia con el Maestro, enviando a gentes a escuchar disimuladamente, lo que Jesús habría venido de buen grado para explica abiertamente.

Cuanto más había tratado Anás de vencer a Jesús, mayor fue el fracaso personal del sacerdote.

Habiendo dicho esto Jesús, uno de los alguaciles que estaba a Su lado, le dio una bofetada. ¿Así respondes al Pontífice?. Jesús le contestó: “Si hable mal, muéstrame en qué, y si bien ¿por qué me pegas?. La respuesta de Jesús desde el punto de vista jurídico era perfecta según el Derecho judío. Así quedaba descalificado Anás por salirse de los procedimientos legales y el tono tranquilo y sin temor de la respuesta de Jesús, era inaudito en las salas de tribunales judíos. ¿Quién era este hombre que demostraba no tenerle miedo ni siquiera humillado y apresado como estaba?. Jesucristo maniatado, recibe la bofetada de todos los cobardes, que maltratando al justo e inocente, pretenden congraciarse con cualquier Anás de cualquier tiempo, por lo que exasperado Anás, mandó a todos los presentes ue prestaran testimonio de lo que habían oído decir, estallando entonces un sinfín de confusos clamores y groseras imprecaciones.

Todas estas acusaciones  eran vociferadas a la vez, algunos de los acusadores le insultaban y le dirigían gestos amenazantes y groseros. Los guardias le pegaban y decían: “¡Habla!, ¿por qué no respondes a las acusaciones?”.

Anás y sus consejeros le preguntaban: “¿Ésta es tu doctrina?, contéstanos hombre enviado de Dios, danos una muestra de tu poder. ¿Quién eres tú?, tan solo el hijo de un oscuro carpintero”. A continuación, Anás pidió material de escritura y en una hoja escribió grandes letras, cada una significando una acusación contra el Señor; la enrrolló y la metió en una calabacita vacía que tapó y ató a una caña. Se la presentó a Jesús y le dijo: “Toma, este es el cetro de tu reino. Llévaselos al Sumo Sacerdote para que reconozca tu misión. Que le aten las manos a este rey y lo lleven ante el Sumo Sacerdote”.

Maniataron de nuevo a Jesús y lo condujeron a casa de Caifás en medio de burlas e injurias. En la figura de Anás, vemos y reconocemos, las tramas sucias, los abusos de poder y las terribles injusticias que con frecuencia cometen los poderes civiles, y Anás representa la “Bofetada del mundo al Divino Redentor” y consiguientemente provoca el rechazo de la violencia y la corrupción en cualquier tiempo y lugar de la historia.

(continuará)

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