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Alma y teatro: la transfiguración del actor
Publicaciones Orden del Temple - Arte Iniciático
Escrito por María de Aquitania   
Domingo, 30 de Enero de 2011 00:00

Autor: Lancelot

Posiblemente al profano de los escenarios le cueste entender el sentido de tan grande disgresión filosófica sobre el trabajo consigo mismo y la cuestión del Alma; a una persona de teatro ninguna sorpresa, todo lo más la de constatar hasta qué punto algo cotidiano y absolutamente normal para él como el trabajo consigo mismo y con su Alma, ha tenido raigambre histórica y filosófica.

A diferencia de otras disciplinas artísticas, en las que se produce una disyuntiva sujeto-objeto, o artista-obra de arte, el arte dramático implica necesariamente una identidad de sujeto-objeto, una necesaria fusión entre ambas que se objetiva en la preparación física, emocional, mental y espiritual del Actor.

Todas las personas del mundo del teatro que estén leyendo estas líneas, se le vendrán a la cabeza con toda naturalidad expresiones como "Alma Interna", "Yo Soy" o el famoso "Sí Mágico" de Stanislasky. Incluso desde posiciones antagonistas con la Filosofía, o desde el materialismo más emergente, como Meyerhold, conceptos como "Alma" o “Espíritu" son utilizados, no precisamente como especulaciones lingüísticas o metafísicas sino como conceptos operativos, precisamente como objeto constante de "Tekné", objeto de una técnica que en cada caso variará en función del objetivo perseguido. En los siguientes términos se expresaba Grotowsky.

"El Espíritu no puede menos que responder a las acciones del cuerpo, siempre y cuándo estas sean genuinas, tengan un propósito y sean productivas".

Esa respuesta del espíritu es provocada por acciones del cuerpo, por movimientos estratégicos, por acciones del actor hasta que "llega" tal o cual personaje, pero ¿qué o quien llega?.

La utilización por parte de los directores de teatro de segunda mitad del siglo XX de conceptos metafísicos ha venido desprovista de polémica en tanto que términos operativos, sin suscribir necesariamente compromisos ontológicos o metafísicos, pero indudablemente apuntan una y otra vez a la utilización vivencial y experimental de una realidad que Brooks denominará "Invisible":

"El Teatro es el último foro donde el idealismo sigue siendo una abierta cuestión: En todo el mundo hay muchos espectadores que, de acuerdo con su propia experiencia, afirmaran haber visto el rostro de lo invisible mediante una experiencia que, en el escenario, superaba la suya en la vida".

¿Puede algún actor, profesional o aficionado que tenga a bien leer estas líneas no afirmar que ciertos papeles, trabajados con arte y profundidad, no le eleven y eleven su vida misma por encima de la insipidez de la vida moderna?.

¿No es cierto que hemos descubierto en nosotros perspectivas, habilidades, visiones, e incluso creencias que no teníamos antes de interpretar un papel?.

¿No es cierto que después de horas imbuidos en el alma de ciertos personajes, nos ha costado trabajo "volver"? Incluso las más de las veces no queremos volver...

Posteriormente nos damos cuenta que empezamos a actuar en ciertas cuestiones como lo haría ese personaje, para terminar concluyendo que hay cualidades que estarían "dormidas" en nosotros. No olvidaré nunca mi experiencia con un actor que hacia de Don Alonso Quijano, de Don Quijote. Utilizó ponerse de puntillas, con todo el dolor físico que conlleva dicha acción para ir dando "cuerpo" al personaje, a renglón seguido, comprobó como le cambiaba la voz, los gestos, como cuando miraba al cielo y se erguía continuamente para accionar, para andar, para todo, sin demasiado esfuerzo "entendía" al hidalgo, le hacía ver las cosas de otra manera, a la gente de otra manera, a los molinos de viento como gigantes. Cuando además, y una vez alterada su gestualidad de esa manera, decidió estudiar desde ahí su texto quijotesco, observó como él mismo se transformaba. También decidió mirar hacia arriba más a menudo en su vida cotidiana, decidió seguir siendo Don Alonso, decidió que algo de él era desde siempre Don Alonso y no lo sabía.

A la inversa, cuando hay que meterse en la piel de un villano, igualmente nos percibimos como poseedores de un lado oscuro, de un aspecto que nunca nos hubiéramos atrevido a hacer aparecer. En ambos casos hablamos de una transubstanciación del actor que nos lleva a descubrir una parte moldeable y mudable en nosotros.......pero también de otra parte que, increíblemente parece ser "eterna". Veamos..........

Junto a ese aspecto modulable de nuestro físico, emocional, mental y espiritual, percibimos que hay algo que en cambio nos identifica, y que ese algo nos permite no perder la razón, seguir reconociéndonos en ese tremendo riesgo que es la violencia sobre la personalidad que un actor inevitablemente ejerce .

(Continuará)

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