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El Mundo Asiático. Peregrinaciones Sintoistas y Budistas en Japón (III)
Publicaciones Orden del Temple - Peregrinaciones. El Camino de Santiago
Escrito por María de Aquitania   
Viernes, 12 de Noviembre de 2010 00:00

Cuando el Budismo llegó al Japón, llevado por misioneros chinos y coreanos, se desarrolló en innumerables sectas y tuvo que convivir con la religión sintoísta tradicional, que era una combinación del culto a los antepasados con la veneración a las fuerzas de la Naturaleza, todo ello representado por una multitud de divinidades de la mitología japonesa, donde no faltaban el Sol y la Luna, y dioses de los ríos, el mar y la vegetación.

Desde el siglo VI, el auge del Budismo continúa progresando hasta los seiscientos años posteriores, con doce sectas de las cuales sólo seis consiguieron subsistir y que intentaban dar una interpretación sobre la vida y la muerte que lograse satisfacer en los fieles las apetencias de la Verdad suprema. Había varias tendencias a recorrer, surgiendo a la vez divinidades budistas, y una de las más famosas es la del Buda Amida de “la luz eterna”, que asegura al hombre la inmortalidad. La divinidad Kwanyin, de origen chino, representa la misericordia para todos los hombres, auxilia a los navegantes y propicia la fecundación. Para esta diosa, se construyeron muchos santuarios japoneses sobre todo en zonas de montaña, siendo a partir del siglo IX lugar de peregrinaciones.

Los bonzos atendían a los peregrinos que llegaban a las pagodas y recibían las ofrendas, que consistían principalmente en lámparas de bronce, las cuales se mantenían encendidas en el templo dando una iluminación muy peculiar, ya que había alrededor de dos mil de astas lámparas votivas, que las más de las veces habían costado mucho al peregrino teniendo que llegar a mendigar para conseguirla, lo cual es un acto indigno para un japonés, aunque la caridad sea una virtud muy estimada en el Budismo.

Los peregrinos solían llevar como vestimenta un kimono blanco anudado con cinturón del que colgaban varias campanillas. Un gran numero de leyendas religiosas, pertenecen a la literatura poética de muchos monasterios budistas, así, entre los cultos más difundidos, está el del dios Fudo-Myoo, que comenzó a finales del siglo VIII, en una estatua china llevada al Japón por un monje, imagen que fue puesta en peligro en una revuelta política, ordenando entonces el emperador Shujaku al monje Kwancho que sacase la imagen del templo y la trasladase a Narita, para asegurar su protección. Poco después los rebeldes fueron vencidos por su intervención, intentando fuera trasladada a su anterior lugar de devoción, pero no fue posible levantarla lo que daba lugar a pensar que la imagen no deseaba ser trasladada, por lo que el emperador mandó edificar allí un templo y un monasterio, entregando su sable para la imagen, que desde entonces la lleva en su mano, dando lugar a la creencia a los peregrinos, de que serían salvados de los malos espíritus sólo con tocas la espada.

Los enfermos tenían en la divinidad Binzuro Harada, una decidida ayuda según cuentan las leyendas. Esta divinidad representada a un discípulo de Buda, el cual le había castigado a no entrar en el Nirvana por haber roto el voto de castidad, por lo que su residencia no era celestial, sino en lo alto de una montaña, desde donde bajaba a ayudar a los hombres. Los peregrinos acudían a tocar su imagen con la mano en el lugar donde tenían la dolencia. Todos los problemas de enfermos, navegantes, militares, y en resumen, de todo lo relacionado con actividades y sufrimiento, tuvieron su equivalente en el Shintoismo, donde nació el culto y peregrinación al dios Shina-Tsu-Hiko y la diosa Shina-To-Be, en cuyos templos se proporcionaban amuletos contra la tempestad y los vientos.

Algo parecido ocurre con los dioses de la vegetación, las rutas, el fuego, los ríos, el mar, la lluvia y las montañas. A estas últimas, se dedicaban peregrinaciones anuales que tenían como meta las más destacadas montañas de cada región. La más elevada del Japón, el monte Duji, era objeto especial de otras peregrinaciones anuales, a fin de saludar al Sol naciente, a quien Japón rindió el culto más importante. También la Luna, que es una divinidad masculina, Tsuki-Yomi, recibió en sus templos la visita de peregrinos que llevaban sus ofrendas, en el plenilunio de Septiembre a Octubre. Este dios se manifestó siempre por intermedio de un espejo a donde era preciso dirigir la veneración.

(continuará)

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