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Peregrinaciones en el Judaismo II. Historia (V)
Publicaciones Orden del Temple - Peregrinaciones. El Camino de Santiago
Escrito por María de Aquitania   
Sábado, 13 de Febrero de 2010 00:00

 

En tiempos del Imperio Romano, estos judíos llegaron a ser una parte muy importante de la población en todas las provincias, como consecuencia de las primeras dispersiones (Diáspora) que tuvieron contacto con Jerusalén, donde solamente estaba permitido ofrecer sacrificios y celebrar el verdadero culto, ya que en las Sinagogas, de las comunidades extranjeras, sólo eran lugares de reunión para orar, leer y tener contacto entre ellos para comentar la Ley, pero no tenían ningún templo, ya que sólo valía el de Jerusalén, por eso consideraban una obligación peregrinar hasta él.

El Templo de Jerusalén, había pasado por muchas vicisitudes. Construido por Salomón en el monte Sión, al sudeste de Jerusalén, durante diecisiete años, trabajaron en su construcción muchos especialistas de todo Oriente Medio. Cedros, pinos y cipreses del Líbano fueron pedidos por Salomón al rey de Tiro, y así, vinieron canteros egipcios, albañiles babilónicos, carpinteros, tallistas y toda clase de artesanos, que ofrecieron su experiencia a los 150.000 obreros palestinos. El Templo reproducía el antiguo Tabernáculo de Moisés, teniendo en el pórtico dos columnas de bronce de nueve metros de altura; después estaba el Santo, donde colocaron el altar para el incienso, la mesa de los panes de promisión y diez candelabros de oro de siete brazos (Menorah). Al fondo y separado por un lujoso tapiz, estaba el Santa Santorum, de diez metros cuadrados, con los muros llenos de bellos artesonados y láminas de oro. Allí se depositó el Arca de la Alianza, cuya tapa estaba adornada con dos Querubines de madera de olivo cubierta de oro.

Pero la gente del pueblo, no tenían acceso al interior, que se consideraba palacio sólo para Jehová, sino que quedaban en los patios exteriores, donde el Dios de Israel recibía las ofrendas y homenajes y era en el atrio de los sacerdotes, en un altar de bronce, donde se depositaban los animales para el sacrificio.

El Templo fue destruido por Nabucodonosor II, rey de Babilonia, cuando arrasó Jerusalén, llevándose los objetos sagrados de oro y la mayor parte del pueblo, cautivos a Babilonia, donde permanecieron desde el 587 al 536 a.C., en el que el rey Ciro de Babilonia, dejó a los judíos en libertad para que volvieran a Palestina, restituyéndoles los objetos de oro y plata del Templo.

Hasta unos meses después de su liberación, los judíos no pudieron comenzar la reconstrucción del Templo y volvieron a comprar maderas de cedro a los fenicios de Tiro y Sidón, pero el pueblo ya no tenía el esplendor de los tiempos de Salomón y eran escasos los contribuyentes. Así, con muchos esfuerzos y dificultades, fue al fin inaugurado el templo en el 515 a.C. Más cuando Israel pasó del dominio persa al griego y de éste al Imperio Romano, las continuas sublevaciones derivaron en una guerra, y los ejércitos romanos, mandados por Tito y Vespasiano, tomaron al asalto la ciudad, la cual arrasaron destruyendo el Templo de nuevo, que desde entonces jamás ha vuelto a ser levantado.

Esto ocurrió en el año 79 de nuestra era, y entonces la mayor parte de los judíos, se dispersaron por la cuenca del Mediterráneo, sobre todo por el norte de África y España. Desde entonces, los judíos procuraron acudir en peregrinación ante los restos del templo, la muralla que se denomina Muro de las Lamentaciones.

(continuará)

 

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