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Reglas Comunales. San Benito XI (I) |
Publicaciones Orden del Temple - Reglas Comunales | |||
Escrito por María de Aquitania | |||
Jueves, 05 de Noviembre de 2009 00:00 | |||
Capítulo VIILa HumildadLa Divina Escritura, hermanos, nos grita: “Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Al decir esto, nos muestra que toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia, de la que indica el Profeta que se guardaba cuando dice: “Señor, mi corazón no se ha exaltado, ni mis ojos son altaneros; ni he caminado en medio de grandezas ni de fantasías demasiado altas para mi”. ¿Pues, qué?, “Si mis pensamientos no eran humildes, sino que he exaltado mi alma, la tratarás como a un niño que arrancan del pecho de su madre”.Por tanto, hermanos, si deseamos alcanzar la cumbre de la más alta humildad y queremos llegar velozmente a aquella exaltación celeste a la que se sube por la humildad de la vida presente, es preciso que levantemos por el movimiento ascendente de nuestros actos aquella escala que apareció en sueños a Jacob, por la que vio bajar y subir a los ángeles. Sin duda a nuestro entender, no significa otra cosa ese bajar y subir, sino que por la altivez se baja y por la humildad se sube. Aquella escala erigida es nuestra vida en este mundo, que el Señor levantará hasta el cielo cuando el corazón se haya humillado. Los largueros de esta escala, decimos que son nuestro cuerpo y nuestra alma, en los cuales la vocación Divina ha dispuesto, para que los subamos, diversos peldaños de humildad y observancia.Así pues, el primer grado de humildad, consiste en mantener siempre ante los ojos el temor de Dios y evitar a toda costa echarlo en el olvido; recordar siempre todo lo que Dios ha mandado y considerar constantemente en el espíritu cómo arden por sus pecados en el infierno los que despreciaron a Dios y que la vida eterna está ta preparada para los que le temen. Y, evitando en todo momento los pecados y vicios, a saber, de los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y la voluntad propia, como también los deseos de la carne, piense el hombre que Dios le está mirando siempre, a todas horas, desde el cielo, y que en todo lugar sus acciones están presentes a la mirada de la Divinidad y que los ángeles le dan cuenta de ellas a cada instante. |
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