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Castillos. Asedios I.
Publicaciones Orden del Temple - Castillos
Escrito por Amo del Castillo   
Sábado, 28 de Marzo de 2009 11:28

 

Los que hayan ido siguiendo las entradas sobre éste tema, ya se habrán percatado de que expugnar un castillo no era moco de pavo. Los asedios eran a veces tan complicados para los invasores que, en muchos casos, optaban por largarse con viento fresco ante la imposibilidad de mantenerlo.

Se suele tener la creencia de que cercar una fortaleza era, nada más llegar, ponerse a lanzar contra ella pedruscos a mansalva o, como se ve en las películas, avanzar en masa contra la misma. Pero la cosa era bastante más compleja de lo que se nos suele presentar. Para intentar con un mínimo de probabilidades de éxito un castillo, el jefe de la hueste invasora debía, antes de nada, tener en cuenta una serie de factores, a saber:

1: Disponibilidad de vituallas. En aquellos tiempos, la logística no existía. Los ejércitos vivían sobre el terreno, de ahí emprender este tipo de operaciones a partir de finales de la primavera, o inicios del verano, cuando las cosechas de grano estaban ya recogidas y podían ir saqueando el territorio enemigo para subsistir. O sea, que si en las proximidades del castillo a cercar no había posibilidad de encontrar alimentos, bien por no haber cerca alguna población, bien porque el asedio se alargaba y se acababan los bastimentos, los invasores no tenían más remedio que volver por donde habían venido.

2: Disponibilidad de agua: No siempre había un arroyo, un manantial o un río cercanos. Sin agua no se puede vivir más de 3 ó 4 días. O sea, que si no había posibilidad de abastecerse de la misma en un radio de distancia razonable, no había más remedio que abandonar.

3: Disponibilidad de tropas: Por lo general, si nos referimos a las milicias cristianas, los fueros que solían tener las ciudades no obligaban a los vecinos a formar parte de una hueste más de 40 días, y en muchos casos sólo para defender el territorio propio. Para invadir un territorio enemigo y excediendo de ese tiempo, había que pactar previamente una paga para la que, en muchos casos, no había fondos. Para ello, se solía recurrir a la promesa de abundante botín, pero no era raro que, si la cosa se alargaba, las tropas se largasen a sus casas. Eso no era tenido por traición o deserción, como ocurriría actualmente. Simplemente no tenían la obligación de quedarse allí ni un día más de lo pactado. Curiosamente, a pesar de que en nuestros tiempos hay muchas más libertades que hace varios siglos, en temas militares la cosa era totalmente distinta. Pero de ese tema ya hablaremos en profundidad más adelante.

4: Probabilidades de éxito: El adalid de una hueste debía, antes de acometer el asedio, calcular las probabilidades de salir airoso de la empresa. En muchos casos, debía reconocer que no disponía de los medios para ello, bien por carecer del número de hombres necesarios, bien por disponer la fortaleza de medios de defensa pasiva insuperables.

5: Posibilidad de hostigar la fortaleza a base de ingenios: La poliorcética, de la que ya hablaremos de forma más extensa y detallada, precisaba de gente capacitada para fabricar las máquinas, así como de abundante madera. En aquellos tiempos no es como ahora, que vamos por una carretera durante kilómetros y kilómetros sin ver un solo árbol porque se dedican decenas de miles de hectáreas a los cultivos. Hace 6 ó 7 siglos, España era un frondoso bosque donde abundaba la madera. Pero, obviamente, hacían falta más elementos para la fabricación de ingenios: Cuerdas, clavos, etc. O sea, que debían llevar una buena provisión de todo ello. Para fabricar un simple ariete era necesaria la colaboración de varios hombres que tuviesen unas mínimas nociones de carpintería para desbastar la madera, darle forma, etc. Porque hay que tener en cuenta un detalle: las máquinas se fabricaban in situ. Era totalmente inviable partir desde territorio propio con ellas ya fabricadas. Primero porque ni los caminos ni el tiempo disponible permitían avanzar con esos artefactos. Segundo porque no sabían en muchos casos qué tipo de ingenio sería el más adecuado para llevar a cabo el cerco. Todo eso se veía cuando llegaban y estudiaban los puntos más vulnerables de la fortaleza a expugnar. A veces no se usaban máquinas porque era viable minar la muralla. En otros casos era preferible asaltarla mediante una bastida. En otros, intentarlo a base de lanzar simples escalas. En fin, cada empresa requería sus medios concretos.

Esas son, muy a grosso modo, algunas de las consideraciones más importantes que debían tener en cuenta los comandantes de los ejércitos de aquellos tiempos para emprender un asedio. Si los defensores no se avenían a rendirse de buen grado, había que intentar tomar la fortaleza por las malas pero, como ya vemos, eso no era nada fácil.

En sucesivas entradas ya se verá todo ello con más detalle, desde las formas de pactar con los defensores posibles capitulaciones, las normas que regían al respecto, etc., hasta los medios de que se valían los atacantes para apoderarse de su objetivo. Y si alguien piensa que era fácil, que se de un garbeo hasta Pruna, en Sevilla. Allí, encaramado sobre un impresionante risco, está el castillo de Hielo, o de Hierro, que ambos nombres recibe. Durante años fue imposible para los castellanos hacerse con él. Sólo la deserción de un andalusí de su guarnición, que informó de un punto débil por dónde atacar, permitió a una pequeña pero resuelta hueste de santiaguistas apoderarse de él. Cuando se va subiendo y se nota como el corazón parece querer salirse del pecho por el esfuerzo, parad un momento e imaginaos a vosotros mismos, no vestidos con un cómodo chandall o con ropa ligera, sino cubiertos con una lóriga de cuero sobre la que vestís una cota de malla reforzada con codales, branfoneras y demás, con la cabeza cubierta por un yelmo que pesa más de 3 ó 4 kilos, con una pesada espada pendiendo del costado, más la daga y alguna que otra arma. Y, encima, portando una escala fabricada con gruesas ramas de chopo o castaño. E imaginad que arriba del todo no lo esperan a uno con una cantimplora de agua fresca, sino con un buen surtido de virotes, flechas y todo lo necesario para mandarte al otro mundo. No era nada fácil, no. Basta echarle un poco de imaginación para comprobar que no lo era.

Finalizo ésta entrada con una sugestiva foto de parte de la muralla del castillo de Almansa, en Albacete. Viéndola, se ve de forma más clara la enorme dificultad que implicaba a veces apoderarse de un castillo.

 

 

 

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