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El mapa Templario en la zona a mitad del Siglo XIII
Publicaciones Orden del Temple - Cartulario de la Orden del Temple
Escrito por María de Aquitania   
Lunes, 03 de Agosto de 2009 00:00


Monasterio de la Rabida

 

Autor: Fr. E.C. 


Así quedó dibujado, a mitad del siglo XIII, el mapa de las propiedades templarias en el ámbito que interesa a estas páginas, con tres puntos de referencia geográfica en sus extremos: Jerez de los Caballeros, como núcleo principal del bayliato pacense; Sevilla, cual capital del Reino o alfoz de su mismo nombre; y Lepe, con sus costas como salida natural al Océano Atlántico.

Es de resaltar un hecho que no puede extrañar demasiado conociendo la constatada afición templaria a aplicar la aritmética y la geometría en la fijación de sus enclaves. Concretamente, cotejando el mencionado mapa, entre el Castillo de Jerez de los Caballeros y el número 60 de la calle Zaragoza de Sevilla hay idéntica distancia –124 kilómetros- que entre la fortaleza jerezana y el centro histórico de Lepe. Por esto, sobre el mapa de las posesiones templarias en la zona se puede dibujar un curioso triangulo: uno de sus lados discurre entre Jerez (Castillo)) y Sevilla (C/ Zaragoza, 60) y mide 124 kilómetros; otro, de la misma longitud, entre Jerez (Castillo) y Lepe (centro histórico); y, por fin, el tercer lado se puede trazar como arco de un compás que, pinchando en Jerez (Castillo), une Sevilla (C/ Zaragoza, 60) y Lepe (centro histórico). Para mayor sorpresa, tal arco no sólo mide aproximadamente los mismos 124 kilómetros, sino que, además, pasa exactamente por encima de Saltés y La Rábida (obsérvese todo ello en el mapa que se recoge en la página siguiente).


¿Causalidades?. Todo puede ser, pero se antojan excesivas tamañas coincidencias. Para colmo y sin dejarse llevar por interpretaciones sin fundamento, la Isla de Saltés y La Rábida no parecen sitios cualesquiera, elegidos simplemente al azar, sino que están cargados de historia y significados tanto considerados individualmente como, al ser lugares vecinos, de manera sinérgica.


En lo relativo a la Isla Saltés –mide más de 10 kilómetros de largo y su eje de mayos anchura supera los 2.000 metros-, el cartógrafo y geógrafo musulmán Al-Idrisi la describía así hacia mitad del siglo XII:


Y antes de Al-Idrisi, distintos autores la identificaron como la capital de Tartesios: por ejemplo, en el siglo IV, el poeta romano
Rufo Festo Avieno, en su Ora Marítima, que puede referirse a ella como la <> (de la época romana se han localizado restos de instalaciones dedicadas a la pesca y el salazón). Anteriormente, el griego Estrabón escribió acerca de los viajes de los marineros fenicios a la zona, allá por el siglo VIII a.c., donde toparon con un oráculo que les instó a edificar un templo en honor a Hércules.


La ciudad que en la isla se encontró el Temple fue erigida por los árabes hacia los siglos
X y XI, sobre todo cuando fue sede del Reino de Taifas de los Baikríes, primero, y del Reino de Taifas del señor de Umba y Xaltis (Huelva y Saltés), después, bajo el reinado de Abd al-Aziz al-Bakrí. Por los estudios realizados, se estima que la ciudad tenía una planta inusualmente regular para el modelo islámico, con una fortaleza central de 70x40 metros de perímetro. La población se dedicaba a la pesca, el comercio y la metalurgia. Para esto, aprovechaban la proximidad de las minas del norte, cuyos minerales llegaban a Saltés y Onuba a través del hoy denominado Río Tinto.


En cuanto a La Rábida, donde se hospedó Colón para preparar su proyecto transoceánico, el actual monasterio franciscano procede de una reconstrucción, realizada a finales del siglo XIV y comienzos del XV, de otro previamente existente. Se levanta sobre un alcor, que domina la confluencia de los ríos Odiel y Tinto, conocido desde antiguo como Peña de Saturno. Sobre ella, las distintas culturas que por allí han pasado se inclinaron por levantar recintos religiosos de mayor o menor entidad: entre la historia y la leyenda, se señala que los romanos veneraron en el lugar a la diosa Proserpina (la griega Perséfone, Reina del Inframundo, cuya epopeya se liga mitológicamente con la primavera); y, antes, los fenicios a su dios Baal (asociado probablemente con el astro rey y adorado también por cartagineses, caldeos, babilonios y un amplio etcétera de pueblos). Los árabes, por su parte, edificaron un pequeño monasterio con monjes-caballeros similares a los de las encomiendas templarias, que se perfeccionaban espiritualmente al tiempo que defendían el sitio. Este tipo de monasterio islámico solía estar en la costa fronteriza y tomaba el apelativo de “ribat” (<> o <>), de donde procede el nombre vigente, practicándose en él la rama fatimita de la mística musulmana, una herejía proveniente del Norte de África.


En Al-Andalus, los árabes erigieron diferentes “ribats”. Y es sabido que, tras la conquista cristiana de la zona donde se ubicaran, la Orden del Temple ponía especial empeño en ocuparlos, prefiriéndolos, como recuerda Juan Antonio Romero, a cualquier otra posesión. Esta regla se cumplió a rajatabla en el caso de La Rábida onubense, donde los templarios arribaron a mitad del siglo XIII y remodelaron la edificación musulmana. Gracias a ello, como narra fray Francisco de Gonzaga, historiador de la orden franciscana, en su obra de 1587 titulada De origine Seraphicae Religionis Frâciscanae eiusque progessibus, de Regularis Observâciae institutione, aconteció en 1261 la fundación del monasterio que es pilar del que ha llegado a la actualidad, aunque la carta fundacional como tal es una bula, la Etsi cunctorum, promulgada por el papa Benedicto XIII el 6 de diciembre de 1412.


Por todo lo expuesto, tras la toma de la capital hispalense, la predilección templaria por el eje Sevilla-Campos de Tejada-Villalba del Alcor-La Rábida-Saltés–Lepe, por encima de la alternativa de engrandecer el Bayliato de Jerez, por supuesto que tuvo como finalidad obtener una salida al Océano Atlántico al suroeste de la península ibérica y frente al cercano litoral africano. Pero, junto a ello, el Temple se las ingenió para ocupar el “ribat” existente en la zona y la singular isla fluvial vecina al mismo.


Ambos lugares, cargados de historia, configuran un enclave cuya alta singularidad seguro que no pasó desapercibida para la Orden, no siendo de extrañar que La Rábida, con la isla asociada, se conformara desde el punto de vista espiritual en su lugar predilecto al sur de Jerez de los Caballeros, vértice superior del triángulo comentado. Desde luego, el Priorato de Sevilla, vértice del este, ostentaba una indudable importancia institucional. Y, Lepe, vértice del oeste, la notabilidad derivada de su identidad costera. Pero la Orden del Temple no sólo contaba con una dimensión política y operativa, sino también con otra trascendente y mística que encajaba como anillo al dedo en La Rábida y su isla anexa.
 

 

(continuará) 

 

 

 

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