Sol solsticial

La conjugación del ciclo litúrgico con el solar, da a las celebraciones su color particular y explica la formulación de sus misterios, como podemos advertir en las dos grandes solemnidades cristianas de la Navidad-Epifanía y la Pascua.

Ambas son fiestas de Luz y son una en realidad. Los doce días que las separan, representan la diferencia entre el año lunar de 364 días y el solar de 365 y esto se debe a que después de la adopción del calendario solar, no se quiso abandonar todo recuerdo del lunar que era más antiguo. Además, la fiesta de la Navidad es más reciente, de finales del siglo III y es una creación de la iglesia latina y el 25 de Diciembre nació del deseo de la iglesia de que el culto de Cristo sustituyera al del Sol, como se llamaba Día Natividad del Dios Invencible, porque habiendo alcanzado el punto mas bajo de su curso, empieza a subir en el cielo, a renacer. Se celebraba con fuego que era un homenaje al astro dador de vida y un rito de fertilidad para los campos, que también valen para la fiesta de San Juan en verano. Los cristianos lo adaptaron con velas que se cuelgan del árbol y los cirios de la Candelaria, así como el cirio Pascual. La noche de la Navidad corresponde al caos y las tinieblas, del abismo al Génesis, la Luz viene a iluminar y ordenar. Así Cristo, Sol de Justicia, también es el Sol de media noche y el poder contemplar este Sol simboliza el Conocimiento supremo, el tiempo se ha detenido para dar paso a la eternidad.

La Luz de la Pascua

La gran vigilia conmemora la Resurrección de Cristo, es misterio central del cristianismo; es el tránsito, el paso de la muerte a la vida, paso de Cristo y con Él de todos los hombres de este mundo al Padre, que se presenta como una salida de las tinieblas y entrada en la Luz conforme a las Escrituras. Esta fiesta que utiliza las imágenes de la religión solar como son el fuego, la luz y el agua, que de acuerdo con la misma Pascua son ritos de regeneración cósmica e individual, que toman sus formulaciones del renacer de la naturaleza. La fecha de la Pascua oscila del 8 de Marzo al 4 de Abril de nuestro calendario y la Pascua judía es la primera Luna del año. Los catorce días precedentes se consideraban sagrados, porque es el tiempo que invierte la Luna en crecer (luchar contra las tinieblas) y corresponde en nuestra liturgia al tiempo de Pasión. El Sábado Santo por la tarde, se apaga el fuego al final de Laúdes y el santuario queda a oscuras, lo que equivale a una muerte del mundo que se sumerge de nuevo en el caos primordial; luego por la noche, se reaviva el fuego bajo el porche y un mundo nuevo sucede al caos.

El huevo de Pascua es un símbolo sagrado, ya que con su germen vital constituye el estado primitivo de todos los individuos.

Estos huevos que recuerdan al huevo cósmico, entran en ese conjunto simbólico del agua, la luz y las tinieblas que alientan el Oficio de la Pascua y el color rojo con que a veces se tiñen es porque se vincula al fuego, al calor vital y al Espíritu Santo santificador y regenerador, por tanto, el huevo de Pascua es símbolo de resurrección, la de Cristo y la de toda la naturaleza. También la del neófito, por la muerte del hombre viejo, el pecador vuelve al estado de infancia para volver a nacer en la Luz de la Pascua.

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