Templo Oración

En el Templo de Oración, Luz, Paz y Energía, los hermanos de la Orden del Temple oran para ayudar a todo aquel que lo solicite ante cualquier situación personal y/o colectiva.

Donaciones

Como Organización sin ánimo de lucro y de base religiosa, aceptamos donaciones que puedan hacer que nuestra labor continúe diariamente al servicio del Cristo.
(En muchos países este tipo de donaciones tienen deducciones fiscales).

Información Usuario

IP Address
3.144.151.106
United States United States
Explorador
Unknown Unknown
Sistema Operativo
Unknown Unknown

Su Hora

Música

module by Inspiration
Las Siete Palabras (II)
Publicaciones Orden del Temple - Espiritualidad
Escrito por María de Aquitania   
Lunes, 20 de Agosto de 2012 00:00

 

Autora: Hna. L.G.+

 

SEGUNDA PALABRA

 

“ESTE DÍA ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”

 

Existe una leyenda según la cual cuando, para escapar de las iras de Herodes, San José y la Santísima Virgen María huían  a Egipto con el Divino niño, se detuvieron en una posada del desierto. La Santísima Virgen pidió a la posadera agua para bañar al niño.La posadera luego preguntó si no podría  bañar a su propio hijo, que era leproso, en la misma agua en que había sido bañado el Divino Niño. Inmediatamente, en cuanto tocó el agua bautizada con la Divina presencia, el niño de la posadera sanó.

Con el tiempo llegó a ser un ladrón. Fue Dimas, que ahora está crucificado a  la derecha de Jesús.

Sí el recuerdo de esta historia que su madre le contaría acudió a la  mente del ladrón y le hizo mirar bondadosamente a Cristo, es una cosa que no sabemos.

Es posible que su primer encuentro con el Salvador fuera el día en que sintió su corazón compungido al escuchar la historia de un hombre que iba de Jerusalén a Jericó y cayó entre ladrones. Quizá también, la primera noción de que estaba sufriendo con el Redentor la tuvo al volver su cabeza torturada y leer una inscripción que llevaba  Su  nombre: Jesús, su ciudad: Nazaret, su crimen: Rey de judíos. Sea como sea, su alma está pronta a encenderse y una chispa de la cruz central caída en ella provoca la gloriosa iluminación de la fe. Ve una Cruz y adora un trono; ve a un hombre condenado y el invoca a un Rey:”Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”.

¡Nuestro Santísimo Señor fue reconocido al fin!. En medio del clamor de la multitud delirante y del lúgubre silvido universal del pecado en todo aquel delirio de la rebelión del hombre contra Dios, ninguna voz de alabanza y de reconocimiento  se elevó, excepto la voz de un hombre condenado.

Era un grito de  fe en aquel de quienes habían renegado, y era  sólo el testimonio de un ladrón. Si el hijo de la viuda Nain, que había sido arrancado de la muerte, dijera unas palabras de fe en el Reino de  bueno que al parecer perdía Su Reino; sí Pedro, que en el monte de la Transfiguración veía Su faz brillar como el Sol y sus ropas blancas como la nieve, le hubiera reconocido; sí el ciego de Jericó  cuyos  ojos fueron abiertos a la luz del Ssol de Dios,  se hubieran abierto de nuevo para proclamar Su Divinidad, no nos sorprendería. ¡Sí alguno de éstos hubiera hablado, tal vez los tímidos discípulos y los amigos se hubieran reunido, quizás los escribas y los fariseos hubieran creído!”.

Pero en aquel momento en que tenía la muerte encima, y la derrota ante Él, el único fuera del pequeño grupo al pie de la cruz que le reconoció como Señor de un Reino, como capitán de Almas, fue un ladrón crucificado a la derecha de Cristo.

En el momento en que un ladrón daba su testimonio, Nuestro Santísimo Salvador obtenía una victoria mayor que  cualquier  victoria que pueda conseguir una vida, perdía su vida y salvaba un alma.

Y en aquel día, cuando Herodes y todo su tribunal no consiguieron hacerle hablar, ni todo el poder de Jerusalén hacerle  bajar la cruz, ni las injustas acusaciones de un tribunal forzarle a romper su silencio, ni una multitud que gritaba:”¡Salva  a otros y no puede salvarse El!. Hacer brotar de sus labios ardientes una sola réplica, se vuelve a una vida que tiembla a su lado, habla y salva a un ladrón:”¡Este día, tú estarás conmigo en el Paraíso”!. Nadie hasta entonces había recibido una promesa semejante, ni siquiera Moisés, ni Juan, ni Magdalena, ni María, Su madre!.

Aquel fue el último ruego del  ladrón y quizás fuera también el primero. Llamó una  vez, buscó, una vez, se atrevió una vez  a todo, y lo encontró todo. Cristo, que fue pobre, murió rico. Sus manos fueron clavadas a una cruz y el abrió las puertas del Paraíso y ganó un alma. Su escolta al entrar en el Cielo fue un ladrón ¿no podemos decir que el ladrón se salvó porque robó el Paraíso?.

¡Oh!, ¿qué mayor gran seguridad hallen todo el mundo que la misericordia de Dios?.

Ovejas descarriadas, hijos pródigos. Magdalenas pecadoras, Pedros arrepentidos, ladrones perdonados. Este es el rosario del Divino Perdón. Dios está más deseoso que nosotros mismos de salvarnos, se conoce una historia según la cual aquel día Nuestro Santísimo Salvador se apareció a San Jerónimo y le preguntó: ¿Qué me darás?” y Jerónimo respondió:” Te daré mis encantos” a lo cual nuestro Señor  contestó que no era bastante.”Entonces, dijo Jerónimo, ¿qué te daré?. ¿Mi vida de penitencia y de mortificación?. Y la respuesta fue: ¡Aún eso no es bastante!”. ”¿Qué me queda para darte? , exclamó Jerónimo. Y nuestro Santísimo Salvador contestó:”Jerónimo, puedes darme tus pecados”

NND.

Copyright. Orden del Temple

 
USER MENU