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Concilio De Éfeso (I) (XVIII)
Publicaciones Orden del Temple - Concilios y Sínodos de la Iglesia Romana
Escrito por María de Aquitania   
Jueves, 09 de Febrero de 2012 00:00

Pasado medio siglo desde el Concilio de Constantinopla, asimilado sin resistencia y sin complicaciones Teológicas el misterio Trinitario, se planteó en toda su agudeza el misterio de Cristo, el verdadero debate cristológico, es decir, el cómo se relacionan y unen las dos naturalezas de Cristo, hombre y Dios, en la misma persona, o dicho de otra manera, el significado profundo de la encarnación de Dios.

En el 428, el monje Nestorio, teólogo de la escuela antioquena, aquella que insistía tan rotundamente en la distinción de las dos naturalezas de Cristo que, de hecho, podía terminar separándolas de manera neta, fue nombrado Patriarca de Constantinopla. Con escaso sentido pastoral y excesivo formalismo teológico, comenzó a censurar en sus predicaciones y escritos el título de Theotokos (Madre de Dios) atribuido a la Virgen, título tradicional que había sido aceptado en la liturgia y en la teología ya antes del siglo IV y que era muy utilizado y querido por el pueblo cristiano.

Según Nestorio, el título más apropiado era el de Cristotokos, (Madre de Cristo) porque Ella había generado al hombre Jesús, en el que Dios habitaba como un templo. Bajo esta discusión, aparentemente centrada en meras palabras y conceptos, se encontraba el importante debate cristológico centrado de manera especial en la encarnación, sobre la relación existente entre la naturaleza Divina y humana en la persona de Jesucristo.

Ante las numerosas herejías de todo tipo existentes en su tiempo, Nestorio se preocupó por asegurar en Cristo la neta distinción de las dos naturalezas, pero le resultaba más difícil explicar la unidad de un solo Cristo, de un solo Señor, de un solo Hijo, aunque creyera en ello.

Inmediatamente, estalló una polémica exaltada, propiciada y atizada por la rivalidad existente entre las escuelas teológicas de Antioquia y Alejandría, y de manera especial, en las sedes patriarcales de Alejandría y Constantinopla de conceder a la sede Imperial el rango de Nueva Roma.

De hecho, en el enfrentamiento contra Nestorio, destacará Cirilo, buen teólogo y Patriarca de Alejandría, la que insistía con tal fuerza en la unión de Dios y el hombre en Cristo, que se exponía a confundir las dos realidades. La escuela de Antioquia por su parte, subrayaba tanto la neta distinción entre Dios y el hombre, que podía caer en el peligro de separarlos y de profesar la existencia de dos Cristos.

El Obispo de Alejandría se movió con agilidad y sin prejuicios, escribiendo documentos punzantes contra las afirmaciones de Nestorio. Cirilo respaldaba la doctrina más tradicional, la que defendía la maternidad Divina de María, señalando que la Virgen, siendo madre según la humanidad, era madre de alguien que era Dios. El Verbo, persona Divina, es el único sujeto del proceso de salvación, de todos los sucesos de la vida de Jesús y del misterio de Pascua. Cirilo afirmaba que la Palabra se ha hecho hombre, no se ha posado en un hombre o ha asumido un hombre. Se puede afirmar, pues, que María es la Madre de Dios, ya que el Verbo es Dios y ha nacido de ella. Su mérito principal consistió  en acentuar la reflexión sobre la unidad del sujeto en Cristo, por otra parte, ya afirmada en la cristología de San Atanasio.

(continuará)

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